Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | Por: Enrique Navarro

Visiones de Atemajac

Juan Soriano (I)

Por: EL INFORMADOR

Recuerdo con perfecta claridad la manera como el querido maestro Caracalla se jactaba de diversos sucedidos en su vida profesional, en los cuales él había sido el indiscutible protagonista. Esto pasaba durante las clases que impartía o durante las sabrosas charlas que en corredores, patios y azoteas entablaba con los imberbes (casi todos) y azorados (todos) estudiantes de arte, que lo seguíamos como las abejas al panal, en la siempre entrañable Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara a fines de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo.

La primera anécdota que presumía tenía que ver con su participación como modelo de cabecera para que José Clemente Orozco bocetara y pintara el Hombre de fuego de la Cúpula del Cabañas. Esto, claro está, era muy difícil de comprobar.

Si bien era cierto que Caracalla colaboró como ayudante en el equipo del zapotlense en su etapa muralística tapatía, el hecho de que posara desnudo para tal figura escorzada, era poco plausible. Yo me inclino a pensar, más bien, que un Caracalla pícaro y travieso como lo era, gustaba de ampararse en lo nebuloso de la falta de testimonios, con lo cual, no sólo acrecentaba su leyenda personal, sino que, y esto es lo más importante, concretaba la posibilidad, desde el más allá y en estos momentos, de estallar en su clásica carcajada, tan sonora y expresiva que, tanto ayer como ahora, amenazara con soltarle la postiza y cascabeleante dentadura.

Otros de sus frecuentes comentarios aludían a su benéfica influencia (esto sí más comprobable) en la promoción y divulgación, por un lado, de los más importantes exponentes del arte plástico mexicano a través de la galería que, con todas las de ley, montó a mediados del siglo pasado en la Ciudad de México y, por otro, en su participación directa para la creación de la Escuela de Bellas Artes abierta, allá en 1937, por la céntrica calle de Pino Suárez de Guadalajara y que constituyó un importante enlace y antecedente de la educación artística moderna regional.

Sin embargo, la coyuntura que más le llenaba la boca de orgullo recordar era el hecho de haber sido tutor y maestro de pintura ni más ni menos que de Juan Soriano, quien, ya por aquellos tiempos de las charadas caracallescas (1975-1985), era uno de las más destacados artistas mexicanos.

Aquella tutoría recibida por un adolescente Soriano sucedió en 1933 y 1934 en el Museo del Estado de Guadalajara. Caracalla encabezaba el Taller de Pintura “Evolución” que agrupaba a un grupo de púberes cofrades, seguidores de la religión llamada arte.

El encuentro de los dos personajes no sólo lo podemos verificar por la vía de innumerables testimonios documentales e investigaciones académicas de innegable prestigio, sino que el mismo Soriano, al ser entrevistado una y otra vez, tanto en la Ciudad de México como en sus ocasionales visitas que en calidad de venerable octogenario e hijo pródigo hacía a su natal Guadalajara, expresaba a periodistas e investigadores.

Este reconocimiento que Juan Soriano hizo a su iniciador y primer maestro de arte encierra más allá de la generosidad y nobleza implícitas, una posible explicación de la importancia que para el maestro Soriano tenían -algunas, no todas- de sus raíces primigenias, esto es: dentro de la sencillez aparente de su provincia, se manifestaron ambientes, vivencias y personajes propicios para perfilar su destino, sus visiones y gestar su futuro proyecto de vida.

navatorr@hotmail.com

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