Lunes, 25 de Noviembre 2024
Cultura | Enrique Navarro

Visiones de Atemajac

Dr. Atl (XVII)

Por: EL INFORMADOR

Los paisajes aéreos y terrenales del Dr. Atl, para terminar nuestro recorrido en torno al entrañable personaje, me permiten despejar hipótesis preestablecidas a lo largo del presente análisis con lo cual -lo deseo sinceramente- pueda redondear mi interpretación. Sí, es cierto, el Dr. Atl igual pintó igual amplísimas perspectivas y volcanes que acercamientos detallados de cascadas, rocas y troncos secos; de la misma manera registraba la austeridad de algún árbol solitario que dotaba de poderosa personalidad a las infaltables nubes, en una clara proyección de sus estados anímicos y sus anhelos. Pero, ¿cuál era el trasunto escondido? ¿De qué nos hablan en realidad los paisajes atlianos? A mi parecer, de un individuo profundamente marcado tanto por su historia familiar como por los sinsentidos de la existencia.

Ensimismado en su yo interior, era evidente que nuestro artista prefería establecer una dialéctica con el entorno natural que con sus prójimos. Tenía, no obstante sus correrías políticas y sociales y sonados amoríos, una relativa incapacidad para identificarse con los seres humanos. Recordemos, a diferencia de Velasco, que el Dr. Atl nunca ubicaba personas a escala ni señales de vida en sus paisajes. Era en la indagación del paisaje y sus elementos naturales que el Dr. Atl buscaba respuestas al enigma de la vida. No sabemos si las obtuvo, lo que sí nos queda claro es que gracias a sus poderosos impulsos vitales, a sus luchas, a su brega cotidiana, el Dr. Atl le dio un sentido a su existencia. Lo sustancial estaba en el proceso, no en los resultados.

Sí, había soledad. Sin embargo, dicha soledad se llenaba en parte con las ricas interiorizaciones que nuestro personaje practicaba: bastaba sacar de su baúl de la memoria uno u otro recuerdo de su agitada vida. Sí, había vacío, pero era cuestión de sublimarlo para transformarlo en asombros ante el mundo, ante el cosmos. Alquimista dramático, el Dr. Atl convertía tales carencias en un metal precioso: su arte pictórico era el oro que ofrendaba a sus congéneres. Sí, faltaba un Dios, pero Atl, invocaba constantemente a esa energía superior depositada en todo lo existente. Sí, también era cierto que tenía sus reglas y que a lo largo de su vida dejó una estela de aciertos y errores, logros, excesos y megalomanías, pero, ¿qué personaje que se precie de ser original puede quedar ajeno al claroscuro de la condición humana?  
                 
Formalmente, estos paisajes se apoyan en dibujos personalísimos, ricos en líneas sinuosas y rítmicas, así como en texturas contrastantes y composiciones equilibradas. Las técnicas de la perspectiva aérea y los atlcolors, por su cuenta, cumplen cabalmente su función. El cromatismo, sin embargo, en los cuadros donde hay visceralidad, son biliosos y desafortunadamente inarmónicos. En los otros, donde abundan los violetas y gamas de sepias y verdes secos y donde hay serenidad y ánimos contenidos, el resultado es magistral (al igual que en las obras del Paricutín). El punto aquí es, en todo caso, que debido a que el tratamiento del tema paisajístico está cargado de esa impronta vigorosa y visiones originalísimas de nuestro autor, esto se traduce en una singular iconografía atliana.

Aparentemente, en su obra paisajística se esconden y pasan desapercibidos Carmen Mondragón o Carranza o sus hermanos y padres. Pero, aunque invisibles, están presentes. Se agazapan debajo de las piedras, velados por las nubes o exhalados por los volcanes. Son materia transformada. Para el Dr. Atl, el elixir de la vida era la acción, el poner manos a la obra, el transmutar sus gozos, sus ausencias, sus angustias en materia plásticamente expresiva. En arte espiritualmente comunicativo.

navatorr@hotmail.com

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