Viernes, 29 de Noviembre 2024
Cultura | Dr. Atl (XVI)

Visiones de Atemajac

Enrique Navarro

Por: EL INFORMADOR

Los retratos de Nahui Olin constituyen otra vuelta de tuerca a las grandes interrogantes (en ocasiones desesperadas) que el artista formulaba en torno a la (casi siempre inasible) condición humana. El Dr. Atl nos presenta a una mujer distante, enigmática, presa de una profunda melancolía. En ciertas versiones, la mirada expresa inteligencia y plena conciencia de sí misma. En otras, tanto los enormes ojos como la cabeza rapada nos remiten al inquietante mundo de la locura. En todos estos retratos, el Dr. Atl interpone un distanciamiento, esto es: abre un paréntesis para resistir la seducción… se trata de un naturalista diseccionando objetivamente su presa.

Tales retratos permiten, temática y estilísticamente hablando, establecer una analogía tanto con el noruego Edvard Munch como con el belga Paul Delvaux. Recordemos que Munch, a fines del siglo XIX, planteaba en cuadros célebres como La pubertad o La danza de la vida una serie de mujeres dominando la escena en un claro y perturbador cuestionamiento de la conciencia de los espectadores. Sus mujeres, lo mismo observan fija y escrupulosamente a los "veedores" que a otros personajes del cuadro: en realidad, dirigen sus dardos a la mente y las emociones del autor.

Estamos frente a un inevitable bumerán. ¿Qué cuestionan tales personajes femeninos? La insondable naturaleza femenina: la incapacidad de amar lo desconocido, lo inaprensible; la finísima tela invisible que separa la vida de la desdicha y la muerte. ¿Qué postulaban las misteriosas mujeres de Delvaux? El mito de la inalcanzable mujer soñada. En La ciudad dormida, el artista se autorretrata en una orilla del cuadro para asistir a la función en la cual las mujeres, imperturbables, ajenas, protagonizan la "freudiana danza macabra en que el amor es un mero episodio entre la vida y la muerte". El Dr. Atl, presumo, seguramente experimentó tales desasosiegos: sus retratos de Nahui Olin así lo confirman. También confirman, en otro orden de ideas, la propensión de nuestro autor por experimentar con la elegancia de la sinuosa línea modernista como con la limpieza y claridad del emergente abstraccionismo: los contornos de la cabeza y hombros de Nahui y el juego espacial para resolver los fondos de los retratos son ejemplo de tales afanes.

Los cuadros en torno de la erupción del Paricutín son, a mi juicio, la cima de la iconografía atliana. Nuestro artista encontró en tales avistamientos el filón ideal para explotar su mina creativa. No sólo proponía visiones estéticas contemporáneas del paisaje mexicano con base en composiciones equilibradísimas que disponían con armonía y sabiduría todos los elementos concurrentes en la imagen -volcán, laderas con cenizas, enormes bocanadas de humo, flora dramatizada y celajes atestiguando la escena-, sino diseñaba un programa cromático sumamente atractivo que le permitía dotar de vida propia a cada elemento del cuadro, pasando por la maestría en la resolución de las texturas, los ritmos y el manejo técnico de los materiales. El resultado se traduce en una serie de sugerentes imágenes preñadas de emoción y moderna innovación visual.

El querido maestro Caracalla, a todos los que fuimos sus alumnos nos subrayaba que en temas de composición el primer factor que entraba en juego era la intuición: las reglas y nociones de sección áurea venían después como recursos complementarios. Que razón tenía. El Dr. Atl, de manera magistral, confirma tal premisa: es gracias a su poderosa intuición, aunada, claro está, a su refinada educación visual, que el artista plantea sus composiciones. Imaginémoslo jubiloso, controlando en momentos sus emociones y, en otros, levantando las compuertas. En suma, sintamos el cosquilleo, la dosificación de la adrenalina del pintor frente al espectáculo desplegado.

navatorr@hotmail.com

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