Martes, 26 de Noviembre 2024
Cultura | Enrique Navarro

Visiones de Atemajac

Dr. Atl (XI)

Por: EL INFORMADOR

1921, para seguir con el camino, además de haber sido un año venturoso para el Dr. Atl al permitirle conocer a Carmen Mondragón y publicar Las artes populares en México, también fue un año fatídico para nuestro personaje, pues lo hizo sufrir en carne propia el flagelo de la censura. Sucedió que el mismísimo José Vasconcelos -en su calidad de flamante secretario de Educación- lo invitó para que decorara el antiguo claustro del Excolegio Máximo de San Pedro y San Pablo (por entonces Preparatoria Chica). Por fin nuestro personaje iba a satisfacer uno de sus anhelos más caros, como era participar en el arranque del movimiento muralístico mexicano.

Verdadero Renacimiento cultural. Empero, también sucedió que a ciertos sectores del "estableshiment" capitalino aquellos temas y aquellos desnudos les parecieron excesivos: se trataba de amplias composiciones alegóricas en torno a interpretaciones agnósticas y cientificistas del mundo natural, del universo y sus deidades antiguas. Un mojigato Vasconcelos primero y un torpe Narciso Bassols (sucesor en el cargo) después, ordenaron tapar las partes "comprometedoras" de los personajes y luego borrar por completo los trabajos murales, respectivamente. Que paradoja. El Dr. Atl, que encaminó tantas almas, no podía salvar la propia. Ya no le tocaba. Su misión era otra. Esta censura constituyó, sin embargo, uno de los actos más oprobiosos de la cultura mexicana moderna.

Vayamos, ahora, a la década de los 40. Imaginemos a un hiperactivo Dr. Atl, excitado, subiendo y bajando las laderas de piedra y ceniza del naciente Volcán Paricutín. Hagamos un "close-up" en el ceño fruncido y la barba hirsuta del profeta Atl retando al coloso. Tratemos de visualizarlo colocando nerviosamente sus arreos de pintura para captar los exabruptos caprichosos de la enfurecida montaña, para evadir las corrientes de lava. Dado su temperamento, no es difícil adivinar que fueron muchas las noches que pasó en vela, pasmado ante el fenómeno. Placer puro. De tales avistamientos, de tales jadeos estéticos surgieron tres centenas de dibujos y un puñado de pinturas de alto nivel expresivo y consolidado estilo formal. Volveremos sobre ellos.

Recordemos, para continuar, que el Dr. Atl decidió vivir en 1949 en las inmediaciones del volcán -no podía ser de otro modo-. Tampoco puede ser de otra manera el que mi mente lo imagine encarnado en un personaje de película de Alejandro Jodorowsky como La Montaña Sagrada, El Topo o Fando y Lis. El Dr. Atl y su compleja, enérgica y contradictoria humanidad deambulando por parajes estrambóticos de lava petrificada. Dialogando, gritando, sollozándole a los dioses que habitan las vacías cuencas telúricas. Atl, el psicomago, conjurando y vociferando anatemas contra el absurdo. Atl inerte. Atl llorando agridulces lágrimas en blanco y negro.

De tales experiencias nació uno de sus mejores trabajos literarios: me refiero a la crónica Cómo nace y crece un volcán. Se dice también (difícil comprobarlo) que producto de su exposición a los gases emanados por el Paricutín le sobrevinieron problemas cardiovasculares, una tromboflebitis, la pierna derecha gangrenada y la consecuente amputación de la misma. Esto -por supuesto- no lo detuvo. El Dr. Atl sanó. Taumaturgo, ayudó en la sanación de más gente. Siguió pintando y viajando. Faltaba más. Me conmueve la fotografía en la cual aparece con Frida Kahlo en su camilla de enferma, poco tiempo después que ella también perdió su pierna. El Dr. Atl, como puede, se agacha ante la mujer postrada para expresarle unas palabras de fraterna solidaridad.

navatorr@hotmail.com

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