Se trata de unas influencias que, al menos por el momento, se limitan a la ropa, la comida, y, para unos pocos, unos confortables coches. Pero hay lugares donde todavía se puede respirar el auténtico ambiente de Myanmar, antes Birmania; lugares donde las costumbres y tradiciones se han mantenido sin cambios. El pueblo de Tant Kyi es uno de ellos.El pueblo de Tant Kyi se encuentra en la orilla oeste del majestuoso río Irrawaddy, el más largo de Myanmar. Está ubicado en la región central de Mandalaye, la misma donde se encuentra la ciudad de Bagan, un área arqueológica conocida en todo el mundo por sus miles de pagodas doradas.Tant Kyi está a sólo unos 30 minutos en bote de Bagan, ahora muy popular entre los turistas, y sin embargo, tan pronto como se pone un pie allí, se tiene la sensación de hacer una inmersión en el pasado.En el pequeño puerto del pueblo siempre hay vida. No podría ser de otra manera, ya que es el centro de la actividad comercial.Los pequeños agricultores y ganaderos de la zona exponen sus productos en la playa -no faltan nunca arroz y pollos-. Los más jóvenes aguardan, con paciencia infinita, que los lleven gratuitamente a la otra orilla del río Irrawaddy, con destino a Bagan."Voy casi todos los días a Bagan. A menudo un pescador o un transportador te lleva al otro lado a cambio de que le eches una mano para maniobrar el barco. Pagar un billete es impensable para mí", explica Zaw, de poco más de veinte años."Voy a Bagan con fruta, sobre todo plátanos, que intento vender a los turistas. A veces, sin embargo, cuando hay necesidad, trabajo como mecánico en el taller de un tipo que alquila scooters a los turistas. Si me quedase aquí en Tant Kyi mi familia no tendría nada que comer", dice.Las pocas y estrechas calles de Tant Kyi no están pavimentadas, y cuando circula un vehículo, inevitablemente, levanta una gruesa capa de polvo. Si no fuera por las furgonetas y las motos, Tant Kyi viviría en el silencio más absoluto.Las casas, hechas de madera, apenas llegan a los dos pisos. Pocas tienen radio y todavía menos tienen televisor. Por no hablar de los que ni siquiera tienen electricidad en casa.En Tant Kyi no hay ni una persona que no mastique una mezcla a base de nuez de areca, una planta de la familia de la pimienta.Se trata de un estimulante natural, capaz de aplacar el hambre. La nuez de areca, envuelta en una hoja de betel, se mastica durante varias horas. Hacerlo también implica echar escupitajos de color rojo intenso.A pesar de que en pocos años la nuez de areca destroza los dientes y las encías, los birmanos -tanto los hombres como las mujeres, los jóvenes y los viejos- lo toman siempre.El hecho de no tener casi dientes se ha convertido en un sello de identidad. Los más concienciados por la salud añaden a esta mezcla cal -la misma que se utiliza en la construcción-, gracias a la cual, en su opinión, los dientes están más protegidos.El señor Daw, de 58 años, es el alcalde de Tant Kyi. Se pasa todas las tardes, en compañía de otras figuras históricas del pueblo, jugando al dominó en la entrada de una barbería. Los temas de discusión son siempre los mismos: la cosecha en los campos y los turnos de trabajo en la cercana central eléctrica.La política sigue siendo un tabú. La dictadura militar de 50 años, que está dejando paso a la oposición liderada por la premio Nobel de la paz Aung San Suu Kyi, ha puesto a los habitantes de las zonas más remotas de este país del sudeste asiático en una campana de cristal, donde los imperativos son "mejor no entrometerse en la política" y "sobrevivir a base de trabajo duro"."A nosotros nos gusta vivir así. Mi abuelo vivía de esta manera, mi padre también, y yo hago lo mismo. Pero a los jóvenes este lugar se les queda pequeño, se les meten ideas extrañas en la cabeza viendo la televisión", asegura el alcalde Daw.Añade que sin embargo, "aquí tienen toda la educación básica. Quieren irse, buscar nuevas estímulos, pero no entienden que si se quedan aquí y trabajan duro pueden llevar una vida tranquila. Actualmente los habitantes de Tant Kyi son unos 600, pero los jóvenes continúan emigrando hacia las ciudades más grandes del país. Esta despoblación nos preocupa mucho".A pocos metros de distancia del pequeño grupo de ancianos algunos chicos juegan a chinlon, un deporte tradicional birmano. Dos equipos de tres personas cada uno están divididos por una gran red de aproximadamente 1.70 metros. Descalzos, usando sólo los pies y la cabeza, los jugadores se pasan por el aire una pequeña pelota hecha de bambú.El objetivo es hacer caer el chinlon en el área adversaria. Entre los jugadores está Sao, de 17 años, el hijo menor de Daw: "Este es el único entretenimiento real para los chicos de Tant Kyi. Después de la escuela, no tenemos nada más por hacer".Dice que a él le "gusta bastante vivir aquí, tengo todo lo que necesito. Nos conocemos todos, así que si alguien tiene un problema todo el pueblo se moviliza para ayudarlo. No creo que esto suceda en las grandes ciudades, donde nunca he estado".A unos cinco kilómetros del centro del pueblo, después de una serie de zigzags y puentes de madera maltrechos, está la pagoda de Tant Kyi Taung, que se remonta al 1059 y no tiene nada que envidiar a las pagodas de la vecina Bagan.Su ubicación, en la cima de una colina, visible desde todos los rincones del valle y de muchas partes del río Irrawaddy, la hace única.Está considerado uno de los lugares de culto más importantes de la región, por lo que muchos devotos budistas, especialmente los jóvenes, se ofrecen como voluntarios cuando hacen falta trabajos de restauración o para prestar asistencia a los peregrinos. Este lugar todavía no está contaminado por la modesta ola de turismo que visita Bagan.La pagoda, que entra en la jurisdicción del pueblo, es un ingreso económico adicional para los comerciantes locales. Especialmente para Suman, el dueño del único restaurante de Tant Kyi: "La verdad es que mis clientes son casi siempre monjes y peregrinos que se dirigen a la pagoda. Mi menú está hecho a base de pollo, arroz y patatas"."Somos gente pobre, no podemos ofrecer más. Pero nunca se ha quejado nadie. A veces también vendo a los peregrinos el pan y la fruta que luego llevan como ofrenda a Buda. Hace sólo una hora han venido a comer un grupo de mujeres peregrinas de una región cerca del lago Inle. Las he reconocido por el característico vestido azul que llevaban. Es agradable ver caras nuevas de vez en cuando", afirma.