Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | Crónicas FILosas por David Izazaga

Secretos de edecán

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (28/NOV/10).- Pamela no podría asegurar en cuál de las expos se la pasa mejor: para ella son casi lo mismo la de los ferreteros, que la de los joyeros, que ésta de los libreros. Ella tiene que estar ahí, en ese stand de la marca que la contrató, poniendo cara de alegría todo el día, aunque le caiga mal que se le acerquen y le digan piropos subidos de tono, aunque alguno muy vivo se quiera pasar de listo, aunque el encargado del stand se moleste con ella y de mala gana le diga que sí cuando le pide permiso para ir otra vez al baño, pues él seguro piensa que nada más lo hace por despejarse tantito de la rutina en la que lleva ya más de cuatro horas.

Le digo a Pamela (que, por supuesto, no se llama así más que para los efectos de esta crónica) que nos sentemos tantito en los escalones de la parte en la que inicia el Pabellón de Castilla y León y apenas nos estamos acomodando cuando una mujer policía llega y nos dice que ahí no nos podemos sentar. Le digo que sí, que sí podemos, que observe bien que no nos cuesta trabajo doblar las rodillas, aunque eso parezca, pero la señorita policía no está de humor y nos dice que nos tenemos que mover. No entiendo por qué, si no estorbamos a nadie, si estamos en la mera esquinita por la que nadie pasa, nos tienen que quitar. Pero no me arriesgo a que vayan a venir por mí y por Pamela, como por los que vi en la mañana que sacaron por andar manifestándose con una manta.

Le digo a Pamela que me siga contando, mientras vamos a preguntar cómo le hago para obtener mi gafete de prensa, porque no quiero estar pagando 20 pesos todos los días y además necesito entrar a la sala de prensa. El chavo que me atiende dice que necesito estar dado de alta por mi medio y que, si lo estoy (que no lo sé aún), con sólo una identificación la obtengo. Pero cuando la saco me dice que lástima, Margarito, que es sólo hasta las cinco, que vuelva mañana y con mucho gusto.

No me parece, le digo a Pamela (bueno, a ustedes también), que haya tanta gente; de hecho, para ser la primera tarde, todo está demasiado tranquilo. Ella aventura que la gente hoy no vino a la FIL porque se fueron a ver a los gigantes que han tomado el centro de la ciudad. Caminamos ahora por toda la zona del país invitado y no se lo digo a Pamela, pero pienso que lo siento como muy desangelado, como que le faltó sabor, y más tardo en terminar de pensarlo que ella en decirme que, en otros años, la parte del pabellón del país invitado tiene “más fiesta”.

Nos sentamos ahora en un lugar en el que parece que sí se puede y observo un extraño letrero sobre mi cabeza que advierte que no se pueden ingresar alimentos, pero lo firma la oficina de alimentos y bebidas. Pamela dice que se va ya a su stand y le digo que me cuente algo interesante antes de irse. Bueno, mira, me dice como si me estuviera contando el secreto de su vida: he escuchado que hay algunas edecanes aquí que también ofrecen otros servicios. Le digo que si venden tupperware o avón. Ella se para, da un beso al aire y me dice: luego te cuento.

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