Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | Por: Fernando Savater

Los imprescindibles disidentes

A su modo tumultuoso y detonante, pero eficazmente demoledor, Hitchens escribió contra enemigos muy diversos aunque siempre destacados: la monarquía británica, Henry Kissinguer, Clinton, la madre Teresa de Calcuta, los islamistas radicales y hasta el mismísimo Dios

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (23/DIC/2011).- Han pasado pocas semanas desde la muerte de Javier Pradera, con quien compartí durante más de 20 años la dirección de la revista Claves y tantas cosas más. Ahora acaba de morir Christopher Hitchens, uno de esos amigos que proporciona la lectura y a los que jamás llegamos a saludar en persona. El peso en mi vida de ambos es muy diferente –Pradera fue casi como un hermano mayor, sin quien todo hubiera sido y ahora será distinto, mientras que Hitchens fue sólo un conocido literario–, pero ambos comparten en mi estima un mismo encomio: cada cual a su modo, eran disidentes. Y como tales resultaron para mí, y creo que para muchos otros, estimuladores de pensamiento, aceleradores polémicos, tonificantes, imprescindibles.

Cumplieron su función de la manera más diversa que puede imaginarse. Ambos procedían de la ideología marxista, que durante sus años decisivos de formación constituyó su horizonte intelectual y su primera militancia (más arriesgada en el caso de Javier, que padeció cárcel durante la dictadura de Franco), pero cancelaron su deuda con talantes distintos. Pradera se convirtió en intelectual de referencia en la incipiente democracia española por medio del diario “El País”, dónde ejerció como editorialista y mentor de opinión. En un ambiente que favorecía los extremismos apostó por la cordura y argumentó a favor de la moderación, defendiendo lo constitucionalmente establecido con impecable e implacable documentación legal. También periodista, Hitchens combatió desde el semanario estadounidense The Nation las políticas de Ronald Reagan y Bush padre hasta que, tras 20 años de polémica y apoyar la invasión de Irak, tuvo que abandonar la publicación por discrepancias con la dirección. A su modo tumultuoso y detonante pero eficazmente demoledor, escribió contra enemigos muy diversos, aunque siempre destacados: la monarquía británica, Henry Kissinguer, Clinton, la madre Teresa de Calcuta, los islamistas radicales y hasta el mismísimo Dios…

Razonar contra las opiniones de los adversarios nos gana su ojeriza pero garantiza el apoyo de nuestros partidarios: lo difícil es criticar los dogmas del bando al que supuestamente pertenecemos. Así se queda uno muy desamparado… Tanto Pradera como Hitchens se las arreglaron para apoyar causas impopulares entre quienes habitualmente simpatizaban con ellos, el uno con su tono reposado y el otro a tambor batiente. Practicaron dos tipos opuestos de disidencia de la pereza intelectual dominante, el inglés desafiando los melindres de lo políticamente correcto y el español –quizá más plácidamente audaz– asumiendo la corrección política socialdemócrata frente a los estetas del tremendismo de izquierdas o derechas. Ninguno de los dos buscó fundar una secta de dogmas definidos sino mantener intelectualmente incómodos pero activos a quienes se acercaran a sus escritos. Por eso incluso aquellos a quienes irritaron empiezan ya a echarles de menos.

Fenómeno curioso: los librepensadores son siempre celebrados cuando han muerto y ya no incomodan. En las controversias del pasado todo el mundo está hoy del lado de los herejes contra los inquisidores, pero en el presente siempre gozan de más entusiasmo los segundos que los primeros, incomprendidos y detestados. Cada cual con su estilo propio, Javier Pradera y Christopher Hitchens fueron voces discordantes que razonaron a la intemperie y cruzaron sin red la cuerda floja. Que no falten mañana otros como ellos, son la sal de la tierra.

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