Lunes, 02 de Diciembre 2024
Cultura | Por Carlos Lara G.

Los anteojos de Baskerville

El Guggenheim tapatío

Por: EL INFORMADOR

Para entender lo que pasó con el pretendido Guggenheim tapatío, es necesario analizar algunas otras experiencias. Comenzaría por citar la llegada de Michael Kaiser a México, destacado promotor cultural que en 2003 ofreció un curso para directivos del Consejo Nacional para la cultura y las Artes (Conaculta) en el que reconoció que nada se podía hacer en México en materia de gestión de fondos debido a nuestro esquema fiscal. En un curso posterior retaba a los asistentes a gestionar recursos con las reglas existentes. Éstos decían que era difícil y Kaiser respondía que no. No cuando él tenía entre su lista de promotores de actividades culturales en Estados Unidos a destacados empresarios mexicanos. Algo no se estaba haciendo bien. Sin embargo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) no aspiró a realizar exactamente lo que hacía Kaiser en otros países, sino que adaptó algunos de sus criterios y en pocos meses comenzó a retener el recurso autogenerado, por ejemplo, de las zonas y museos que resguarda. Otra experiencia es la de los festivales en México. De los más de 400 existentes, la gran mayoría aspira a hacer lo que lleva a cabo el Cervantino o bien, por cuestiones de presupuesto, a contratar a los artistas que vienen a dicho festival, olvidando su origen, su perfil, así como el tema y las disciplinas que promueve. Lo anterior por el deseo de hacerse visibles en el concierto nacional e internacional. 

En un artículo recientemente publicado en el diario Público (Políticas culturales en tres patadas), el periodista Diego Petersen describe acertadamente la forma tan peculiar en que las hemos entendido en la ciudad. Señala esa especie de gen autodestructivo tapatío que nos ha hecho la fama de complicados y que hace que la ciudad avance “a una velocidad mucho más lenta de lo que quisiéramos y muchísimo menos que otras ciudades con las que competimos”. Habla de la necesidad de desarrollar un proceso educativo y políticas culturales que poco o nada tienen que ver con la forma en que se piensa y se ejerce el presupuesto de cultura. Se pregunta qué es la cultura para los funcionarios de gobierno. Y cito, para el caso, la definición del maestro Jesús Martín-Barbero, que apunta el periodista: “Para los secretarios de cultura de Latinoamérica, cultura es todo aquello que viene de fuera y entre más lejos, mejor”. Las políticas aplicadas en Bogotá, como bien señala Petersen, poco o nada tienen que ver con esta visión de cultura, pues en efecto, su objetivo era “re-conocerse a sí mismos”; entender el valor social del patrimonio y prestar oídos a los barrios. En otras palabras, la recreación de la identidad cultural de la que habla el maestro Barbero; recrear lo que en el público hay de pueblo.

El “efecto Guggenheim” fue una experiencia atractiva para los funcionarios y promotores que no querían quedarse fuera de su atmósfera, puesto que equivalía a situarse en el lado equivocado del escenario social. Olvidaron lo que atinadamente señala Diego Petersen, que “hay tantas formas de ser tapatío como seamos capaces de inventar y que la relación con ‘lo público’ se da porque la ciudad me dice algo”. En ese sentido, el trabajo “Los constructores de la Guadalajara moderna” que mostrará en fecha próxima la arquitecta Mónica del Arenal puede ser un espacio de reflexión sobre lo que somos, podemos y debemos hacer en materia de desarrollo cultural. Una invitación para ir dejando de lado el aligeramiento efectista de las experiencias externas y lejanas. Existen otras maneras de dialogar con lo moderno y con las diversas culturas del mundo.

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