Martes, 26 de Noviembre 2024
Cultura | Novedad editorial. Un recorrido por la historia cultural reciente

La fotografía a los ojos de Monsiváis

Los textos de Monsiváis se complementan con más de 50 fotografías en blanco y negro pertenecientes a su propia colección

Por: EL INFORMADOR

YOLANDA ANDRADE. Bellas de día, 1993. ESPECIAL /

YOLANDA ANDRADE. Bellas de día, 1993. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (13/FEB/2013).- De todas las artes, la fotografía es quizá la que ha experimentado cambios más drásticos desde su aparición. En su libro póstumo, Maravillas que son, sombras que fueron, Carlos Monsiváis da cuenta de esa evolución con una perspectiva nacional: desde la introducción en México de los ambrotipos y daguerrotipos a mediados del siglo XIX, hasta la inolvidable sesión de Spencer  Tunick en el Zócalo, donde más de 20 mil personas posaron desnudas para el neoyorquino en mayo de 2007.

Los 26 ensayos que integran esta compilación, impulsada en gran medida por el artista Vicente Rojo y editada por Ediciones Era y el Museo del Estanquillo, los escribió el fallecido cronista, pensador, crítico y apasionado de las artes a lo largo de 30 años, ya sea que fueran pensados para su publicación en libros, catálogos, periódicos o revistas.

En cada uno, el autor dedica su característica prosa a uno o varios artistas de la lente: apunta algunos de sus datos biográficos, ahonda en sus preocupaciones e intereses, interpreta su estilo particular, y describe sus imágenes más emblemáticas.

Al mismo tiempo, Monsiváis otorga un amplio espacio al contexto social, político, económico y cultural en que trabajaron artistas y fotorreporteros como Manuel Álvarez Bravo, Gabriel Figueroa, Héctor García, Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide, Pedro Meyer, Rafael Doniz, Yolanda Andrade y varios más. Así, a través de las historias de la fotografía y los fotógrafos mexicanos –o extranjeros que trabajaron en el país— Monsi relata además, la historia de la construcción de México en los últimos 150 años.

Cuenta, por ejemplo, que las fotografías tomadas por Ismael Casasola y su familia, durante el conflicto armado de principios del siglo XX, adquirieron un nuevo significado luego de ser publicadas, a principios de los cuarenta, en la Historia Gráfica de la Revolución Mexicana.  

Los zapatistas desayunando en Sanborns, la Adelita montada en el tren, o Villa y Zapata en sus sillas de poder, formaron parte de las imágenes ‘elegidas’ que contarían la versión oficial de la historia. “Unas cuantas fotos para extraer de ellas ejemplos, moralejas, lecciones históricas, autocomplacencia estatal, estímulos de pequeña burguesía ilustrada o radical”, escribe Monsiváis en Notas sobre la historia de la fotografía en México (Prólogo en Bienal de Fotografía, INBA-SEP, 1980).

También en ese primer apartado explica el autor que, en sus inicios, la cámara fue percibida como una asombrosa máquina que era capaz de hacer una copia fidedigna de la realidad, por lo que a nadie se le ocurrió que la fotografía pudiera ser un arte. Las primeras  imágenes fungieron más bien como documentos que otorgaban datos fundamentales sobre los objetos, los paisajes y las familias mexicanas. No importa si eran ricas o pobres, pues si algo logró la fotografía desde el comienzo –gracias a sus bajos costos— fue la democratización del retrato o la propia representación.

“Se toma una foto para pregonar quién se es, cuánto se tiene, cómo se vive, cómo se espera la adulación ajena. Los ricos se retratan en la plenitud de su vida aristocrática y los pobres se exponen a la ferocidad y tardanza del aparato que notifica su existencia”.

De manera similar, el autor aprovecha para describir la doble moral que prevaleció en las familias acomodadas del Porfiriato a través del trabajo de Ava Vargas, quien se dedicó a retratar a las prostitutas en los burdeles. Habla después del nacimiento de la fotografía de prensa, valiéndose de la historia de los hermanos Mayo;  relata el auge del cine mexicano a través del trabajo del cinefotógrafo Gabriel Figueroa; aborda la glorificación del rostro y la creación de íconos a partir de los retratos de Armando Herrera, quien tuvo frente a su lente a celebridades como Pedro Infante, María Félix, Agustín Lara, Tin Tan y Tongolele.

Evidentemente, Monsiváis teje la historia de la fotografía en México valiéndose de su gran herramienta: la crónica, un género que por su constante evocación de imágenes resulta apropiado para hablar del tema. Aun así, a “Monsi” no le parece del todo suficiente, pues como afirma al comienzo de Una visión del Hombre (introducción al catálogo de Héctor García): “Lo sensato es negarse a participar en el catálogo con una nota introductoria. No tiene mayor caso (…) Una exposición gráfica debería, de modo óptimo, recibir juicio y comentario en la forma de otras fotos”.

En Maravillas que son, sombras que fueron –libro calificado por el escritor y periodista Sergio González Rodríguez como uno de los mejores del 2012 en el género de ensayo— los textos de Monsiváis se complementan con más de 50 fotografías en blanco y negro pertenecientes a su propia colección, ahora conservadas en el Museo del Estanquillo. Así, durante la lectura, se puede regresar a la sección ilustrada cada que se termina un nuevo capítulo para contemplar con ojos propios las mejores imágenes de los mejores fotógrafos mexicanos.

Por supuesto que, de las mencionadas por el autor a lo largo de los 26 capítulos, sólo un pequeño porcentaje aparecen en el libro. El resto, si acaso, quedan como referencia para los interesados en profundizar en el trabajo de los estos coleccionistas de instantes.  

Sugerido a Era por Vicente Rojo, el libro Maravillas que son, sombras que fueron, recopila los mejores textos de Monsiváis sobre fotógrafos mexicanos

FRAGMENTO
El registro del lento fluir


“Antes que los paisajes fuesen objeto de cacería y se confiscaran los rostros de niños o de adultos para prodigar símbolos que exteriorizaran la Conciencia Nacional de-una-buena-vez, la fotografía en México fue, en el entusiasmo de poblados y barriadas, gran oficio de tinieblas memoriosas,(...) así somos porque así nos gustaría vernos, la firmeza de nuestros rasgos es la fortaleza del hogar o la patria.

La fotografía, subterfugio que captura apariencias y devuelve logros familiares. En los años en que Sotero Constantino registró el lento fluir de Juchitán, sus parejas y grupos armónicos, la fotografía es, en distintos niveles, un deslumbramiento entrañable, el acto testimonial al que no se le exigen hazañas estéticas sino la mayor fidelidad reproductiva. Ni arte ni revolución social, sólo una máquina de alcances milagrosos a la que van democratizando sus resultados, esa fotos que transfieren el aura de la técnica a las impresiones hogareñas.”

[Tomado de Quitecito, por favor. Ayuntamiento Popular de Juchitán, México, 1983].

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