Sábado, 30 de Noviembre 2024
Cultura | Habla sobre sus intereses y de su afán por describir lo cotidiano

Juan Álvarez: el rock como pretexto

El escritor colombiano, uno de “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina”, habla de sus intereses literarios y del valor de lo cotidiano en las letras

Por: EL INFORMADOR

Juan Álvarez es autor de la novela C.M no récord, publicada en Colombia por Alfaguara.  /

Juan Álvarez es autor de la novela C.M no récord, publicada en Colombia por Alfaguara. /

GUADALAJARA, JALISCO (21/MAR/2012).- La creación literaria no sólo sirve para consolar el alma, también puede salvar a un adolescente del extraordinario de la clase de Física. El escritor colombiano Juan Álvarez (1978) descubrió el poder de la palabra escrita en esa época de su vida, con ese primer intento de relato. Con él sometió a su profesora, “una arpía”, recuerda. El autor, uno de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, de la Feria Internacional del Libro (FIL) Guadalajara, visitó la ciudad hace  unos días y habló con este medio sobre sus intereses y su afán por describir lo cotidiano.

Las risas cómplices son inevitables al hablar con Juan Álvarez, lo mismo ocurre al leer su primera novela C.M. no récord (Alfaguara, Colombia, 2011), la cual aún no llega al mercado mexicano. También es autor de la serie de cuentos Falsas alarmas, que le valió varios premios.

En esta novela Álvarez se mete en el mundo de la música y ubica la historia en Bogotá. A través de C. M. (Candidatos Muertos), una banda sin guitarra eléctrica de la cual no queda rastro, el colombiano cuenta la cotidianidad del rock, de la música como práctica de vida. Con  ironía logra un retrato hilarante de esa realidad fuera del cliché mediático.

El escritor eligió una cafetería para la entrevista, pero bebe un Jack Daniel’s en las rocas, lleva puesta una playera negra con una imagen, una fotografía del caricaturista colombiano Jaime Garzón (1960—1999). Explica que hay dos motivos que le trajeron a Guadalajara y son secretos, ríe y pide una pluma para anotar en una servilleta los temas que se tratarán.

“Tengo que apuntar todo o se me olvida”, dice el escritor, quien hace lo mismo hace en las presentaciones públicas como en la pasada FIL.

Uno de los motivos secretos es su labor de vendedor de una aplicación para la medición de la opinión pública en internet: Urtak. Juan Álvarez explica en que consiste el proyecto y lo hace tan bien que podría ser un ingeniero en sistema, pero es egresado de Filosofía de la Universidad de los Andes y doctorante en el programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia.  

Su conversación es vertiginosa, gira de un tema a otro, pasa del narcotráfico a los solitarios restaurantes de Guadalajara, de las lecturas imprescindibles —La conjura de los necios, de Kennedy Toole; Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia; y Las novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes—, a la reunión con otros escritores como Antonio Ortuño y Mariño González.

Para Álvarez, la literatura no tiene porqué justificar su utilidad y considera que se pueden ganar espacios en el mundo a través de la creación literaria.

—¿En sus novela y cuentos existe una búsqueda estilística?

—Me interesa un tipo de literatura preocupada por el lenguaje, pero creo que eso te pone en un borde o en un precipicio, difícil de manejar.  Recuerdo muy bien haber leído en uno de los primeros libros de Guillermo Arriaga una autodescripción de su trabajo,  donde decía que cuando llegaba a una reseña o a un libro que señalaba algo así como: “el lenguaje es el protagonista o qué maravilla de obra porque aquí el lenguaje es un dulce o un caramelo”, le cagaba mucho;  yo era muy joven, pero reconocí ese sentimiento.

Muchas veces, ése protagonismo del lenguaje es una coartada para encubrir el hecho de que no tienes realmente nada que contar, que sólo hay cosas muy obvias, simples, copiadas y también muy seguras. Cuando escribes, te expones al ridículo por las históricas, que pretenden ser dramáticas, probablemente es lo más importante, pero pueden quedarse en dramáticas simples o pobres; entonces se apela a adulzar el lenguaje y retorcerlo en exceso para que esas piruetas parezcan el protagonista, pero eso no es fácil de identificar.

Me interesa el lenguaje, pero que no sea el protagonista. Me interesan las preguntas sobre si hay  momentos de drama humano que deben tener un sonido particular para resonar con más energía y fuerza; por ejemplo, he leído obras de Daniel Sada, me entretienen mucho, también he leído otras en las cuales siento que me desconecto porque es tal la exigencia del lenguaje hacia el lector, que me pierdo y me pregunto si el protagonista de la hoja no es el lenguaje.

Tal vez, luego me haga viejo y ñoño y el lenguaje me empiece a aparecer unas cosas para venerar, por ahora prefiero la veneración del drama o de la trama o de la fuerza de la historia.

—¿Elige la vida cotidiana para sus personajes?

—El universo de lo cotidiano no fue durante mucho  tiempo en la tradición literaria occidental el protagonista y en ese sentido ahora me parece significativo. En este momento, hay mucha confusión sobre lo cotidiano y lo que no se mueve, lo que pasa es que nuestra experiencia de lo cotidiano está tan cerca de la rutina y del no suceder, que muchas veces existe la confusión sobre eso.

Más que lo cotidiano, me interesa contar dimensiones de personajes, que no son, por lo general, los que llevan la luz. Claro, que lo cotidiano está más a la sombra, no es tan espectacular, así que en ese sentido, pues sí pueden estar asociados.  Pero, ¿qué es lo cotidiano de un músico?, probablemente no es el momento en el cual está arriba de una tarima, porque eso transcurre en un periodo pequeño comparado con el resto. Ahora que escribí sobre músicos en esta primera novela –C.M. no record— si me interesaba su mundo por fuera del espectáculo.

—¿Es melómano?

—No. Cuando leía sobre música me jodía muchísimo, probablemente porque tengo mala memoria, el placer que los melómanos encuentran en su conocimiento de referencias. Por ejemplo, uno de los grandes clásicos contemporáneos de la literatura colombiana es una novela que se llama ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo, una novela de culto sobre adolescentes, el cali de los setenta, la salsa y de un tiempo de circunstancias políticas muy fuertes, los protagonistas siempre estaban muy clavados en quiénes eran los músicos de lo que oían o cuál fue el productor del disco que escuchaban, dónde se grabó o por qué suena así, si la temperatura de ese día era tal, una cosa muy clavada en el conocimiento de la producción de la música, que es la definición del melómano, que no identifica una canción, sino que sabe quien toca cada uno de los instrumentos y en que año se produjo ese disco o como era su carátula. Y ese tipo de información, por lo general, es para expulsar a otra gente de ese mundo y así no se experimenta la música.  

Colombia es un país trágico en su historia, al mismo tiempo fiestero y encumbrado, hay una sinergia entre esa guerra en la que vivimos y la fiesta en todo el país. Desde el caribe soleado hasta los llanos selváticos del Sur, todos los viernes la gente sale a bailar, la gente no concibe salir a tomar, sino es bailando, me parecía que la experiencia de la gente con la música es menos melómana. Me interesaba escribir desde mi ignorancia, porque buscaba un lugar para anunciar o retratar una década como los noventa y una ciudad como Bogotá, que sufrió transformaciones muy fuertes.  

—La literatura se ha servido del narcotráfico para las historias tanto en Colombia como en México. ¿Qué opina de esa literatura?

—Como todo, se puede hacer con el culo, muy mal, muy efectista, pobre y aprovechar ese entusiasmo que genera el morbo, y se puede hacer magistralmente, pensando en otras realidades,  como en la novela Trabajos del reino —de Yuri Herrera—, que se propone no utilizar palabras como narcotráfico, frontera, México, Estados Unidos, sino que recrea a través de las lógicas del narco una relación que ya había existido, que es la relación de la Corte en el siglo XVI, XVII y XVIII, cuando ésta era la que financiaba al artista, y un poco en esa relación está el narco y el corrido. El cantante de corridos es apadrinado por el espacio que irradia el poder del narcotráfico, ahí tienes una relación interesante entre el narco y el poder, y probablemente de ahí pueda salir una novela, que resuene en cosas humanas, mucho más profundas, que cuando estás detrás del morbo y de la manera en cómo se taja a la víctima.

En Colombia hay cosas muy pobres, muy malas, y hay novelas preciosas como La virgen de los sicarios —de  Fernando Vallejo—, que es una novela que va hasta las últimas consecuencias, pero buscando ángulos, lugares.

—¿Cuento o novela?


—Novela.

—¿Por qué?


Las editoriales te quieren más si escribes novelas, les parece que tienes más oportunidades  de seguir una carrera. Hay muchas hipótesis: como casi todo el Boom latinoamericano se consolidó a partir de la novela, de estas grandes obras de Gabriel García  Márquez, de Mario Vargas Llosa y de Julio Cortázar. El mercado o la gente que determina el mercado, editores y agentes, resolvió que es mucho más fácil vender novelas que cuentos. No me preguntes por qué, porque parecería más fácil leer un cuento. Hay una tara, una calcificación cerebral, de que en el mercado español latinoamericano lo que más se lee son novelas.

—¿Cómo sería una fotografía de su infancia?


—La fotografía del Fiat. Mi padre tuvo durante mucho tiempo un Fiat, que era muy viejo y muy malo. He visto la foto, pero no me acuerdo de la circunstancia, parece que estamos tan acostumbrados a que al carro había que empujarlo para prenderlo, que cuando salíamos de un lugar, yo tenía cinco o seis años, me saltaba de la mano de mi papá y me paraba detrás del carro porque ya había asumido que era necesario empujarlo para prenderlo. He visto la foto nada más, pero no me acuerdo.

FRASES

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Tal vez, luego me haga viejo y ñoño y el lenguaje me empiece a aparecer unas cosas para venerar, por ahora prefiero la veneración del drama o de la trama o de la fuerza de la historia ".

"El mercado o la gente que determina el mercado, editores y agentes, resolvió que es mucho más fácil vender novelas que cuentos "

Juan Alvárez,

escritor

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