Lunes, 25 de Noviembre 2024
Cultura | Por: Martín Almádez

Itinerario

Indestructiblemente juarista

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (21/MAR/2011).- La desilusión atiende al ámbito moral del hombre, tanto en relación con su propio pensamiento como con el actuar de los demás. Hay una fe vulnerada y constantemente renovada. Desengaño o desencanto son palabras semejantes. Pero también revelación, que puede convertirse en el caso del artista, en “rebelación” estética y por lo tanto en convicción de esperanza.

Este carácter del artista y por ende del arte y de la poesía, hace que se le vincule –en la historia del pensamiento- como expresión genuina del encanto y de lo maravilloso, cuando en el más auténtico de sus orígenes lo que exhibe el artista es la anatomía de la crisis.

Quizá sea en perspectiva, la crisis del artista, una crisis de valores. El artista es el índice que divide y une al mismo tiempo, la estética con la ética. Ruptura y ensamble, con el cual la sociedad puede ver y verse a sí misma. Y es en su expresión artística en donde los signos afloran, el pensamiento se delinea a partir de lo que el “latir único” del que crea, conlleva en sí, el “latir social”. La sociedad que nos toca, esa misma que somos, sigue plantada en los ideales y en los encantos a los que alguna vez aspiró en voz y acto, uno de sus ejemplares gobernantes: ‎“La democracia es el destino de la humanidad; la libertad, su brazo indestructible”: Juárez.

Hoy más que nunca, el pensamiento y la acción de Benito Juárez, es la guía necesaria para la revelación social. Es la forma y contenido más exacto para el bienestar que tanto buscamos. Es la introspección y la evaluación, el anhelo y la claridad. Al paso del tiempo, una de las doctrinas que resonaron en México a finales del XIX y principios del XX, respecto de su concepción del artista, fue el Positivismo aceptado como referencia para gobernar por Porfirio Díaz.

Para Augusto Comte, origen positivista, el arte y la poesía “desempeñan en suma un papel auxiliar; ejecutan más que conciben”. Y desde ese ángulo se formularon las primeras políticas culturales del México moderno, que no abandonaban aún la percepción del artista como poseedor de la facultad para la manifestación artística, reducido eso sí, a un papel de operador más que de inventor; en otras palabras, más cercano a la transpiración que a la inspiración.

El artista al servicio de un sistema. Nos recuerda Comte: “Antipático a todo análisis, el arte nos explicará la naturaleza y la condición de la humanidad al representarnos su verdadero destino, su lucha continua con una dolorosa fatalidad, convertida en una fuente de dicha y de gloria, su lenta evolución preliminar, y sus altas esperanzas próximas”.

Luego de esta etapa tan negada a irse, resuena otra vez, como una realidad latente y confirmada, la voz y los hechos de Juárez:  “Libre, y para mí sagrado, es el derecho de pensar... La educación es fundamental para la felicidad social; es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos”.

Para el artista como para todo ciudadano la desilusión está al orden del día, si de expectativas se trata, y más, si éstas son puestas en los gobernantes. Hoy más que nunca, el pensamiento y los hechos de uno de los más grandes hombres que ha tenido México, se vuelven necesarios para contrarrestar los bizarros actos de gobierno con los que nos enfrentamos todos los días, sin resignación.

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