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Qué somos sin la ch…

Por: EL INFORMADOR

Los cambios serán presentados en el marco de la FIL 2010. ESPECIAL  /

Los cambios serán presentados en el marco de la FIL 2010. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (22/NOV/2010).- En la comunicación oral y escrita del mexicano es contundente el uso tanto de diminutivos como de palabras originadas en el sonido de la “ch”. Ambas presencias con clara referencia a un estado afectivo, a un susurro y expresión de entrega, que en el mayor de los casos, si atendemos a su significado, se implementan en la esfera de la autoconfesión y en no pocos casos, traspasan al terreno de la autocompasión.

En su entorno de confianza y cortesía, el mexicano tiene como principal herramienta al lenguaje de la “ch” y lo utiliza para suavizar, por su alto sentido de afecto musical, pero también por su fortaleza instintiva o en el mejor de los casos onomatopéyica, como intención de transparencia, de entrega total y despojada de cualquier interferencia o artificialidad sonora.

En ese contexto se ubican vocablos que expresan afecto como “chula” y “chaparra”, y todavía se potencia cuando se aplica a la “ch” el diminutivo: “chiquita”.

Sin embargo, decimos que de la autoconfesión, en este caso de afecto, se traslada a la autocompasión, porque existe una infinidad de vocablos que se erigen en el sonido “ch” y que más que cercanos al afecto se orillan al menosprecio y a la baja estima. De ese espectro provienen los clásicos: “chapucería”, “chayote”, “chamba”, “changarro”, “chalán”, “chagüistle”, “chabacanería”, “cháchara”, entre miles de ejemplos sobre la misma línea.

La mexicanidad expresada a través del lenguaje permite observar una identidad de nuestro país que se ubica de manera ontológica en la autocomplacencia y en la autocompasión: miles de vocablos con “ch” denostan, sin falta de su sonido afectivo, una carencia de lo elemental; en otras palabras, son términos que indican y denuncian la precariedad, la insuficiencia, la ilegitimidad que como nación se conserva en la memoria histórica ante el anhelo del resplandor que se tuvo y al que se aspira.

México ante el espejo, justo en sus conmemoraciones como pueblo libre y moderno, observa en el fondo de su reflejo, un autoconocimiento de su necesidad de consolidación: chapucería y chayote son expresiones demandantes de una ética y una moral como sociedad que se ha visto carcomida por la corrupción: chapucería que es fraude y engaño sobre la transparencia y la honradez tanto en la función pública como en el actuar de la comunidad; chayote que es igualmente corrupción entre quien ostenta el poder y los medios de comunicación. Por su parte, chamba, changarro y chalán, no son más que entidades de la lengua que exhiben menguadas concepciones de lo que más se requiere: empleo seguro y bien remunerado, con garantía de prestaciones que permitan una calidad de vida acorde a los tiempos que se viven. Punto y aparte es el término chagüistle que en su origen es explicado como una plaga que ataca a las plantas enfermándolas de tal manera que las elimina; no es gratuita la expresión “ya nos cayó el chagüistle”, como sinónimo de ya no se puede continuar con el estado de beneficio con que contábamos.

Todas son expresiones que apoyadas en el “efecto afectivo” se traducen en una autoexploración, en una autocrítica, en una contrición. México, como pocos pueblos, han conseguido a través de su lengua, fortalecer y desnudar su identidad en busca de una más plena y auténtica libertad, que como nación, celebra bajo la conciencia y la reflexión necesarias, un siglo tras los ideales de la modernidad.

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