Martes, 26 de Noviembre 2024
Cultura | Por: Martín Almádez

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La identidad nos viene de la lengua

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (15/NOV/2010).- La identidad se hace en el lenguaje. Se puede despojar al ciudadano de su lugar de origen, de su país, de su región, y encontrará en su lengua una garantía de regreso, un abrazo cálido con lo suyo. El sentido de pertenencia es el lenguaje, porque el orgullo de identidad está en las palabras, en las canciones y en los poemas, que son la casa propia de aquél que está fuera y son el espacio más privado, casi íntimo, del que está dentro.

Para nuestro país, el lenguaje, su lengua, ha sido más que determinante en la construcción de una identidad, porque ha elegido un acervo de vocablos que le den cabida a una mezcla de raíces sonoras y de significado: ha entrelazado la magnitud de un imperio invadido con la asimilación de un nuevo universo de palabras llegadas desde el poder. Esta circunstancia le forjó a México un carácter identificado por la apertura y la aceptación, la cortesía y la confianza, de ahí que su registro semántico -comparado con otras naciones hispanoparlantes- sea de los más amplios, y su tono esté entre los más suaves.

La mexicanidad, el estilo propio de ser de los mexicanos, está basada en su carácter de nación. Y de manera práctica y tangible su lenguaje o mejor dicho su lengua, expresa elementos y variables que permiten con cierta facilidad identificar esa mexicanidad, en su parte de cortesía y confianza, que si bien México ha aprendido a ser así con los visitantes y vecinos, lo es particularmente con los propios: entre los mexicanos se ha desarrollado un lenguaje que bien podríamos calificar de íntimo que rebasa las virtudes de la confianza y la apertura, y se traslada a los linderos de la autoconfesión e incluso, de la autocompasión, estratos del lenguaje que identifican a una mexicanidad inequívoca, y puesta a toda prueba por propios y extraños.

México guarda en su memoria histórica la nostalgia y el orgullo por un antepasado magno que lo engrandece y lo dignifica; a su vez, se reconoce como fruto del mestizaje entre europeos y americanos, que lo convierten en una suerte de nueva civilización, que si bien presenta una adolescencia en su edad histórica, en su memoria y en su devenir como nación la experiencia y la gloria no le son ajenas.

Esa realidad se refleja en su lengua, donde resulta más perceptible, por la frecuencia de vocabulario, una reminiscencia de su origen glorioso, con el uso de vocablos que remiten a sonidos relacionados con el carácter de confianza y afecto.

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