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Vuelta a la página: Del Bosque

Por: EL INFORMADOR

Guadalajara o Zapopan, no importa en qué municipio se pueda ubicar la pérdida geográfica de Del Bosque. S. NÚÑEZ  /

Guadalajara o Zapopan, no importa en qué municipio se pueda ubicar la pérdida geográfica de Del Bosque. S. NÚÑEZ /

GUADALAJARA, JALISCO (09/AGO/2010).- Guadalajara (¿o Zapopan?) perdió el jueves pasado no sólo a la última de las tradicionales salas de cine, como es la Del Bosque, sino a una forma de entretenimiento clásico de los tapatíos.

El hecho –palabras públicas de la gerente Mercedes Garabito- se debió a motivos familiares del propietario y estudioso del cine, Eugenio Arias, quien abriera su empresa por primera vez el 22 de julio de 1977.

Ir al cine en Guadalajara siempre implicó una actitud, un comportamiento y en no pocos casos una devoción que, luego de la llegada de las videocaseteras y el abandono o derrumbe de las grandes salas, el refugio de muchos fue la opción de Del Bosque.

Las múltiples salas de proyección que actualmente ofrecen las plazas comerciales no supieron retener la atmósfera que en las salas Del Bosque se vivía: el cine en su integridad, desde la infraestructura amplia de nave lúgubre hasta el rechinar de las butacas y la venta de todo tipo de golosinas incluso las más tapatías jícamas con chile: en el reinado de la oscuridad de la sala era posible que hasta los más antagónicos personajes se comieran una jícama juntos.

En Del Bosque se recreaba un ejemplo de esas microrrealidades sociales que definen a una sociedad entera. Y que quizá más bien definía a una sociedad que hacía más de 30 años que dejó de existir porque se transformó en otra muy distinta. Pero más allá de eso, Del Bosque permitía contar con opciones cinematográficas ajenas a los intereses comerciales y muy cercanas a los gustos estéticos: a la diversidad en la creación, en la pluralidad de los lenguajes y códigos, en la riqueza del entretenimiento inteligente venido de cualquier lengua o continente, características todas que provocaban la exhibición de una película que iba desde los acostumbrados tres meses, hasta el récord de mantenerse en cartelera por más de dos años. Ese esquema de criterio para la oferta en la proyección propulsaba -con absoluta naturaleza- un carácter didáctico para todo tipo de espectador que iba desde el más neófito hasta los propios directores de cine, que por cierto, fueron un público asistente asiduo.

Guadalajara o Zapopan, no importa en qué municipio se pueda ubicar la pérdida geográfica de Del Bosque, lo que sí importa es que se pierde un patrimonio cultural intangible cuando al desaparecer un espacio con sus funciones, también desaparece con él una forma de ser de los ciudadanos, se esfuma una parte de la identidad que nos define, que nos definió. Del Bosque eligió La caja de Pandora para decir adiós.

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