Sábado, 23 de Noviembre 2024
Cultura | Por Antonio Ortuño

Es que leer cansa

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (08/ENE/2012).- Lejos estoy de justificar que un candidato presidencial (en realidad, más de uno) fracasara al intentar dárselas de leído. Lejos también de la opinión de sus defensores de oficio, quienes se vieron orillados a proponer que, a fin de cuentas, el aspirante en cuestión no hacía sino mostrarse profundamente mexicano en aquello de no leer y, por tanto, pocos tenían derecho a lanzarle la primera piedra. Pero lo cierto es, pregúntenselo si no a cualquier editor o librero o a la primera persona que vean por la calle, que nuestra relación con la lectura como sociedad es un fiasco.

Asevera nuestra filosofía nacional del fracaso (esa obra colectiva que construyen día a día nuestros “líderes de opinión” en columnas y redes sociales) que el limbo literario en que vivimos tiene sus raíces en la escuela. Y es fácil argumentarlo. Nuestras lecturas escolares son, en el mejor de los casos, utilitarias y consisten en una suerte de pantomima en que los maestros fingen invitar a la lectura y los alumnos fingen hacerles caso. Las clases de literatura en primarias y secundarias excluyen el concepto de la lectura como placer. Se limitan a presentarla como un medio de comunicación e instrucción (en manos de un profesor mal pagado y tan poco afecto a las letras como sus pupilos), algo vagamente positivo aunque desagradable, como las vacunas; el resultado es que los alumnos no quieren ver libros ni en pintura. Nos urge de tal modo que los escolares repitan como cotorros listados de datos que pueden o no resultar relevantes (como, por ejemplo, los nombres, edades y ciudades de procedencia de los Niños Héroes) que olvidamos el hecho de que si la gente leerá algún día será por interés y, echemos mano de esa palabra prohibida, por diversión.

A mí, personalmente, no me interesan los juegos de video. Pero si mis alternativas de ocio consistieran exclusivamente en los libros que integran el 99% de los programas escolares, entregaría el resto de mis días a jugar Halo o Grand Thef Auto. Pero no: tuve la suerte de frecuentar a Twain, Poe, Conan Doyle, Stevenson, Chesterton, Verne, Wells… No creo haber obtenido conocimientos fundamentales sobre química o derecho constitucional al transitar sus historias (no forzaré la interpretación y diré que aprendí ética leyendo La máscara de la muerte roja) pero sí obtuve cercanía con el lenguaje escrito y la idea de que no existe nada más interesante, incluidos el cine y la televisión, que una tarde de lectura. Como cada vez que narro esto la gente me mira con una mezcla de pánico y estupor, deduzco que, para la mayoría, la lectura es algo como lo que yo experimento cuando ellos comienzan a hablar de programas televisivos de vampiros. Es decir, la sensación de estar de pie en un hormiguero.

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