Martes, 26 de Noviembre 2024
Cultura | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

La increíble y triste historia de la isla Bermeja da para mucho

Por: EL INFORMADOR

María Palomar.  /

María Palomar. /

La increíble y triste historia de la isla Bermeja da para mucho. Tiene todito para convertirse en una gran novela de varios posibles géneros, y los ingredientes son magníficos. Hay una isla en el centro del nudo de la piratería clásica y los galeones cargados de plata, plenamente documentada desde el siglo XVI hasta el XVIII y que de repente desaparece: algo con lo que Pérez Reverte, por ejemplo, podría escribir una novela sensacional, con mucha acción y todo ese vocabulario marinero que él sí conoce. Hay una serie de negociaciones y tratados entre mexicanos y gringos que tienen que ver con los derechos de explotación del petróleo en el golfo de México, y precisamente de la isla dependen las jurisdicciones sobre las aguas territoriales: Le Carré tiene en bandeja de plata una intriga estupenda para un elenco de lujo con espías cubanos, la CIA y... mejor no pensar en los personajes de la parte mexicana. Hay también la historia de un político de la oposición que estuvo muy activo en las indagaciones sobre la isla Bermeja justo cuando supuestamente se negociaba con los gringos; denunció la presencia de compañías perforadoras, la mala fe de los estadounidenses y la actuación del gobierno mexicano; las minutas del Senado desaparecieron y él murió poco después en un extraño accidente carretero: Spota hubiera delirado de ilusión; Taibo II o Sheridan podrían sacarle raja al asunto. Hasta Fuentes, pero ya uno no se hace ilusiones. 

Lo triste es que nadie haya logrado escribir nada medianamente digno ni como ficción ni como indagación fáctica. A quien se encuentre por las librerías un pequeño volumen llamado ¿Dónde está la isla Bermeja? más le vale no moverlo de su lugar, a menos que en la escuela le hayan dejado tarea sobre ese tema o de plano sea un chiflado que compra de todo. Es un amasijo de textos mal escritos con irremediable tufo de oficios burocráticos (aparte de que en Google hay más información del asunto que ahí). Y lo único que no hace es responder a su título, pues la conclusión de todo ese galimatías es simplemente que “la isla no está”. La publicación tiene, pese a todo, algún anexo interesante. Aunque quien la redactó tampoco sabe escribir, la sección histórica es lo más salvable y lo más sólido (mucho más que la pobre isla), gracias a las referencias puras y duras de documentos antiguos donde los pilotos y cosmógrafos asientan por encima de cualquier posible duda la existencia de la isla Bermeja. 

Si algo no se puede poner en tela de juicio es la veracidad de los mapas, islarios, portulanos, cartas de marear y demás documentos de los navegantes de la época virreinal: les iba la vida en ello, pues si de entrada se jugaban el pellejo en cada travesía, cualquier error podía ser fatal. Ya para la época de la armada de Barlovento, los marinos se conocían de mucho atrás y como la palma de su mano el “Seno Mexicano”, que era como también se llamaba al golfo. No hay posible duda: de ello dependía la vida de mucha gente, la defensa de las posesiones de la Corona y la movilización de la riqueza, entre otras cosas. La formación de pilotos, cartógrafos y cosmógrafos en la Casa de Contratación no era ninguna broma, y está perfectamente documentado cómo mantenían al día sus instrumentos gracias a las observaciones y las bitácoras que con todo detalle entregaban los navegantes después de cada viaje.

¿Qué habrá pasado, pues, con la isla Bermeja? ¡Si por lo menos nos respondieran los novelistas!

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