Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | En el escenario hay una pared que gira en su propio eje

David McVicar le da un giro a 'Aida'

El veterano director de ópera le ha dado otro toque a 'Aida' al eliminar los elementos orientales como pirámides y elefantes

Por: EFE

LONDRES, INGLATERRA (28/ABR/2010).- Era prácticamente inevitable que la nueva producción de "Aida" para la Royal Opera House londinense, con su renuncia a las pirámides, los elefantes y otros elementos de color local, provocase una división de opiniones entre el público.

La nueva puesta en escena del veterano David McVicar, ayudado en los decorados por el francés Jean-Marc Puissant -en cartel hasta el 16 de mayo- utiliza como elemento central una pared con aspecto de andamiaje que gira sobre su eje con las distintas escenas.

McVicar ha renunciado a "orientalismos", como los denunciados en su día, entre otros, por el intelectual palestino-norteamericano Edward Said, al enjuiciar esa ópera de Verdi, y uno casi lo celebra, pero igual que ha renunciado a esa retórica, debería parece haber resuelto más imaginativamente las interacciones entre los principales personales, demasiado estáticos.

Hay en esta co-producción con el Palau de les Arts de Valencia sacrificios humanos, con doncellas acuchillando a las víctimas sacrificiales masculinas y luego embadurnándose con la sangre, y cadáveres calcinados que cuelgan del techo como un macabro ramillete invertido mientras suena la marcha triunfal.

No faltan danzas orgiásticas en las que bailarines semidesnudos realizan movimientos obscenos con personas del mismo o el otro sexo, y uno se pregunta qué pensarían de todo ello el príncipe Carlos y su esposa, Camilla, que asistieron desde un palco al estreno, el martes.

La puesta en escena de McVicar es en efecto una gran amalgama sincrética que deja prácticamente fuera a Egipto y combina la antigua Grecia de Agamenón, el Japón de los samurais y los sacrificios rituales de los aztecas en la América pre-colombina, entre otros ingredientes del guiso final.

Y sin embargo, pese a todas las pegas que pueden ponerle algunos, tiene en muchos momentos esta producción, gracias también al excelente trabajo coreográfico de Fin Walker y de David Greeves (artes marciales), una belleza salvaje que contrasta fuertemente con la idealidad del amor de la esclava etíope y el general egipcio.

Lo realmente básico, y es algo que McVicar ha conservado, es la oposición, tan bien reflejada en el tratamiento musical por Verdi, entre los sentimientos del individuo y el mundo opresivo de la política -el Estado- y la religión: dos sistemas inflexibles de dominación y control.

Por muchas razones, entre ellas su encanto exótico, pero sobre todo por la belleza de sus pegadizas melodías, la ópera de Verdi es desde su estreno en 1871, en El Cairo, una de las más populares del repertorio junto a "La Bohème" y "Carmen".

Y ha tenido a lo largo de su historia intérpretes de lujo como la Callas, Eva Turner, Leontyne Price o Montserrat Caballé, entre las Aidas, y a Caruso, Gayarre, Gigli, Pavarotti o Plácido Domingo, entre los Radameses.

La Aida de esta producción es la italiana Micaela Carosi, una soprano que ha cantado ya este y otros difíciles papeles verdianos en distintos teatros del mundo y que a la potencia de voz suma una gran facilidad para los agudos, aunque esta vez en algún momento su ejecución pudo resultar algo cruda.

Mucho más convincente estuvo en su debut como Radamés el argentino Marcelo Álvarez, que volvió a demostrar la belleza de su timbre de lírico spinto y su siempre excelente fraseo.

Magnífica también la voz de la mezzosoprano Marianne Cornetti, una veterana en el papel de la celosa Amneris, que ha cantado ya en numerosas ocasiones, mientras que los bajos Robert Lloyds y Giacomo Prestia convencieron igualmente en sus respectivos roles de Egipto y Sumo Sacerdote.

Al frente de la orquesta y del coro de la Royal Opera House, el italiano Nicola Luisotti dirigió la noche del estreno con brío y gran estilo, atento siempre a las necesidades de los cantantes.

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