Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | Por: David Izazaga

Crónicas FILosas

Del calor al frío y al revés

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (02/OCT/2010).- La pequeña sala en la que se presenta el libro está llena: parece un minibús de la ruta 622 a las siete de la mañana. No está prendido el aire acondicionado, razón por la cual, conforme pasan los minutos, la gente comienza a despojarse de sus suéteres, chamarras, bufandas, estolas y lo que se pueda. Yo empiezo a sudar. Y de verdad no es exageración: quienes me conocen saben que, con sólo cambiarle a la tele con el control remoto, ya sudo.

Pero, ¿por qué no está prendido el aire acondicionado? La clave se encuentra al frente, a la derecha, donde está un chavito que es el que controla el sonido, surte de micrófonos, atiende, pues, lo que haya que atender en esta sala del Centro de Negocios de la Expo. Por principio de cuentas, si es que hemos sido observadores desde el principio (que sí lo hemos), él ha estado estornudando cada tres minutos, desde que inició la presentación. Si bien ha sido discreto, conteniendo lo más que puede el estornudo (¿es verdad ese dato que viene a mi mente de que si te aguantas un estornudo se te pueden salir los ojos?), no ha dejado de llamar la atención de quienes estamos ahí, supuestamente para escuchar una presentación que nos interesa, pero nos distraemos mirándolo.

¿Por qué lo observamos? ¿Acaso porque tiene tres brazos o pelos en la cara? No: lo miramos porque no deja de moverse, de estar dale que dale con el pie, como si estuviera esperando algo, como si un tic irreprimible le obligara a estar bailando el pie derecho un rato y luego el izquierdo. Y así. Y hay más: está abrigado como si nevara, trae puesto un suéter con cuello de tortuga y lo ha estirado de tal manera que le cubra media cara. Trae también un gorrito que no sólo le abriga la cabeza, sino que se lo ha jalado de tal manera que le cubra también hasta pocos centímetros arriba de los ojos. Se le asoman sólo los dos ojillos y algunos rulos de su larga cabellera. Y con sus brazos se abraza como si se extrañara de no haberse visto en años. O como se si se amara con una pasión desbordada. No, vamos: simplemente se abraza haciéndose ovillo, como si se estuviera muriendo de frío.
Conclusión: está resfriado, seguramente tiene fiebre y mucho frío. Alabo que en esas condiciones haya venido a trabajar, pero, del otro lado, frente a él, cerca de 60 o 70 personas sufren de calor, porque él tiene apagado el aire acondicionado.

Hasta que llega el momento en que se apiada de nosotros, porque ya muchos están abanicándose con los libros, las carpetas o lo que se tiene en la mano (bueno, no todo). Prende entonces el aire acondicionado y una sensación de frescura corre por aquel pequeño lugar.
Y a todos nos cambia el humor, porque ahora está fresco, sabroso, y de nuevo, a los pocos minutos, vuelven los suéteres y las bufandas a sus lugares. Ya hasta volvemos a poner atención a la presentación. Pero, al poco tiempo, otra vez apaga el aire y regresa el sofoco. Yo de plano salgo de ahí mientras lo veo estornudar, bajo su pasamontañas improvisado.

En la FIL hay una serie de microclimas muy curiosos. Está uno caminado por los pasillos, acalorado, y entra a un salón friísimo, con el aire acondicionado, al tope. Del calor al frío y del frío al calor. Pero hay que ver el lado bueno de las cosas: pasteurizados ya estamos.

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