Martes, 26 de Noviembre 2024
Cultura | Por David Izazaga

Crónicas FILosas

No te metas con mi Twitter

Por: EL INFORMADOR

Ayer, en la presentación del libro La señora Rojo, de Antonio Ortuño, me percaté, fui consciente, dice un amigo, de un hecho que ha estado repitiéndose ante mis ojos desde el sábado, pero al que no le había puesto la atención debida: la cantidad de personas que se la pasan twitteando (y feisbuqueando, por ende), ya sea en los salones o en los pasillos. Todo porque llegué, saludé al autor y a varios amigos que esperaban también la hora del inicio de la presentación y en la entrada estaba una chica con un letrero que decía “cupo lleno”. Ingenuo, pensé que se trataba de la presentación anterior a la de Ortuño y anda tú que no, que 15 minutos antes, el saloncito (el Alatorre, que es de los chiquitos) lucía ya ocupado. El autor entró y si no es porque me escurrí detrás de él, no me hubieran dejado pasar, como no dejaron pasar a su hermano Ángel, sino hasta casi el final.

Obviamente no pude sentarme, así que me fui a la parte de atrás, desde donde pude observar, justo las acciones de la masa con teléfono en la mano.

Había unos chavitos (de entre 16 y 20 años) grabando la presentación. Y no menos de 10 ó 15 personas, de entre las 50 o 60 que habíamos, que estaban subiendo a twitter frases que decía el presentador en turno y fotos de la mesa y del público.

Cuando salí de ahí y me fui en busca de un colombiano que nunca encontré, tuve tiempo suficiente para ver, con calma, a las personas que iban recorriendo los pasillos. Seguí durante un rato a una chava que sola recorría, al parecer sin ruta definida, los pasillos de la feria. Desde luego que nunca pude leer lo que escribía, pero no hizo falta: Se paraba en un stand, tomaba una foto de algún libro, la subía y comentaba algo. No pasaban más de 30 ó 40 pasos para que de nuevo algún detalle llamara su atención (en este caso se trató de Guadalupe Loaeza que firmaba libros y tenía sentado junto a ella a una especie de aborigen al que, supuse, había alimentado), se detiene, toma la foto y la sube con algún otro comentario. Y así.

Pronto me aburrí de ésta y entonces seguí a un par de chavas, ya más maduronas, que caminaban juntas, cada una con su Blackberry en la mano, muy seguramente twiteando o mandando mensajes. Durante un buen rato, las chavas no intercambiaron conversación alguna, cada quién parecía traer su conversación aparte. Hasta que de repente, ambas no sólo se detuvieron y yo detrás de ellas, sino que soltaron al unísono una estruendosa carcajada que se perdió entre los pasillos de la Expo. Y entonces fue que me di cuenta que aunque no conversaban personalmente, estaban conectadas en la misma frecuencia, una de ellas dijo, “te manchaste con ese comentario que subiste”. Y luego siguieron caminando y cada quien con su teléfono.

Más tarde, mientras escribía este texto, al entrar al Twitter me puse a leer un rato lo que la gente escribía sobre el tema de la FIL: es una locura. Podrá uno estar todo el día en la FIL, pero nunca se tendrá un panorama tan completo como entrando a Twitter.

La FIL tendrá que aprovechar este tema y hacer algo el próximo año, para no seguirse quedando atrás, como en el caso del tema del libro electrónico.

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