Viernes, 22 de Noviembre 2024
Cultura | Por: David Izazaga

Crónicas FILosas

La de antes, la de ahora

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (27/NOV/2010).- Hace 20 años no se veía el caos que hoy se vive en la Expo y sus alrededores por estos días: podía uno llegar con tranquilidad, sin tráfico (la gente se preocupaba entonces más por ir a Plaza del Sol a comprar sus regalos para Navidad que por ir a la FIL, ¿quién querría pagar un boleto de entrada por ir a ver libros?) y en el estacionamiento de la Expo, que no era tan gigantesco como hoy (yo diría que hay que rentar de esos tipo carritos de golf, porque si queda uno hasta arriba y hasta el último, luego hay que caminar como dos kilómetros y “la varis” no está para eso), siempre había lugar de sobra.

Hoy hay que pensar en rutas inteligentes para evadir el tráfico, cuando va uno a la Expo: cuidado con venir manejando por Mariano Otero, de por la zona de Chapultepec y bajando del puente pretender tomar la lateral, porque eso significa una larga larga espera: mejor no se suba al puente y cuando llegue al armatoste amarillo haga como que va para Plaza Arboledas, para entrar por la parte de atrás del Hilton. Pretender irse desde Chapalita por las Rosas es un auténtico suicidio.

Ya estando en la explanada (y por más que no quiere ser uno rencoroso, la verdad cómo se extraña la gran explanada en donde se hacían antes los conciertos, hoy el forito ese nomás no tiene el mismo sabor), el siguiente suplicio es la compra del boleto para entrar. Porque si uno no es de los afortunados que portan gafete, hay que formarse primero para comprar el boleto y luego para entrar. Hay días en que se pone tan pesada la entrada, que no dudo que haya ya dos que tres vivos que le hagan a la reventa.

Ya adentro, la locura en pleno: porque se puede uno perder fácilmente en medio de ese mundo de salones, estands y miles de personas.
De nuevo: hace veinte años, para nada que aunque lo intentara uno se perdía, irremediablemente te seguías topando con la misma gente (casi toda de la comunidad universitaria) y aquello parecía entonces como un domingo después de misa, dando las vueltas al quiosco, como en cualquier pueblo del interior del estado.

Hoy puedes muy frecuentemente quedarte afuera de alguna presentación de libro o conferencia, cosa que ni de chiste ocurría hace veinte años. Porque antes sucedía que en algún salón había nomás tres gatos y noventa y siete sillas vacías. En aquel entonces la tarea era cómo hacer que la gente entrara a las conferencias, hoy parece que la tarea es cómo evitar que a ciertas actividades llegue tanta gente.

En resumidas cuentas, hace veinte años si ibas a la FIL era porque te habían mandado de la escuela a la fuerza, con el pretexto de una tarea o de plano porque eras (o eres, pues) muy nerd o ñoño.

Hoy ir a la FIL está “in”. Y si no lo creen, nada más hay que asomarse un rato a ciertas conversaciones del Facebook o de Twitter por estos días y constatar lo que por ahí se dice.

Antes no sucedía gran cosa, hoy ocurren muchas cosas que seguramente serán dignas (o no, y así mejor) de estarse contando. Y lo contaremos, cómo no

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