Martes, 16 de Abril 2024

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La audacia tapatía que tanto se extraña

Por: Juan Palomar

La audacia tapatía que tanto se extraña

La audacia tapatía que tanto se extraña

Además de las circunstancias –¿excusas?– consabidas, ¿qué ha llevado a Guadalajara a ser una ciudad decadente, que alcanza, y con trabajos, 65% de su potencial en todos los términos? Así sea para, tan sólo, provocar a la reflexión, se puede arriesgar una hipótesis: la decadencia de las elites.

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Elite, escrito así como lo enseñó Gabriel Zaid, pronunciado como quelite. Se sabe que es un galicismo, y a mucha gente le da por escribir la palabra con acento en la primera e, o en pronunciarlo “élit”. Para los efectos de estas líneas, las elites tapatías son esos grupos de gentes, más o menos determinados y flexibles, que a través de la historia y las generaciones han establecido, con una mezcla de sabiduría y de audacia, los parámetros a los que debía de aspirar una ciudad, los usos y las prácticas culturales, económicas y artísticas que, pragmáticamente, eran la referencia y muchas veces el objetivo de amplios grupos sociales.

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Uno de tantos ejemplos: los empresarios que, desde 1840, promovieron la industrialización de la ciudad y la región. Un grupo de personas ilustradas que fundaron las fábricas textiles de Atemajac, la Escoba, el Batán, El Salto y la Experiencia, entre otras factorías. Muy próximos a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, pero también a la doctrina social de la Iglesia, formaron complejos industriales que mucho tenían de ejemplares. Salarios justos, prestaciones adecuadas, vivienda digna, educación, recreación y deporte, eran parte integral de esos núcleos fabriles. Falta una historia más detallada del espíritu de esas empresas –y el de sus fundadores– que a la distancia tienen mucho que ver con utopías humanistas como las que preconizaba Fourier.

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¿De entonces a esta parte, qué sucedió? ¿Cuáles son las empresas que supieron recoger esas herencias? ¿Cuáles, además del simple lucro, buscaron la formación y el bienestar integrales de los trabajadores y sus familias? Tarea, sin duda, de historiadores. Lo que es factible observar es que, de un liderato nacional en el campo industrial, estamos ahora ante un panorama dependiente en su gran mayoría de capitales y voluntades que, contrariamente a lo que sucedía con la generación de 1840, son muy ajenos a la gente de aquí, a las necesidades, particularidades y retos de esta región.

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Tomemos otro ejemplo: la generación de arquitectos de la Escuela Tapatía de Arquitectura y sus sucesores. La nómina es deslumbrante: Luis Barragán, Pedro Castellanos, Juan Palomar y Arias, Rafael Urzúa, Ignacio Díaz Morales, Enrique González Madrid. Después, tres figuras también fundamentales: Julio de la Peña, Salvador de Alba, Alejandro Zohn. Avanzando: Andrés Casillas, Gonzalo Villa Chávez, Marco Aldaco. Jorge Camberos y Esteban Wario en la arquitectura urbana. Y, por supuesto, algunos otros. ¿Y luego? No hace falta más que asomarse a las calles de Guadalajara (y de muchos pueblos) para comprobar cómo, de la espléndida ciudad que dejaron atrás, hemos hecho un triste batidillo.

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¿Qué tenían en común el grupo de industriales de 1840 y los arquitectos de 1926-1970? Que eran elites profundamente tapatías, conocedoras y amantes de sus tradiciones y sus cosas, abiertas a las corrientes espirituales de todo el mundo, intensamente comunicadas entre sí, curiosas, socarronas, distanciadas del poder político, refinadas y cultas sin pretensiones.

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¿Dónde están ahora estos grupos, esenciales según Barthes, para la estructuración anímica y funcional de una sociedad? Los industriales: ¿En las Taco Towers de San Diego o San Antonio? ¿Al fondo de un “coto” o en camino al centro comercial o al club de su preferencia? ¿Chapurreando pésimo inglés mientras lame los zapatos de un empresario gringo al que le va maquilar cualquier cosa? Por supuesto que no: esas no son elites, son simples ricos. Los arquitectos: ¿proyectando centritos comerciales, “cotos” o casas para “cotos”, fachadas rimbombantes de vidrio y plástico? ¿Guardando silencio y acomodándose lo mejor que atinen para ir de simples ganapanes, sin tener nada que ver con la lucha por una mejor ciudad?

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Queda pues, un largo pendiente: cómo una ciudad, y una región, puede generar las elites (no confundir con los económicamente pudientes) que sean un fermento de cambio y justicia. Que le vuelvan a dar a Guadalajara y a Occidente mayor cultura y personalidad, mayor hondura humana.

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jpalomar@informador.com.mx

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